"People´s fantasy are what give them problems. If you didn´t have fantasies you wouldn´t have problems, because you´d just take whatever was there. But then, you would have romance, because romance is finding your fantasy in people who don´t have it"
Andy Warhol
Friday, May 21, 2010
Wednesday, May 19, 2010
Persepciones VII - Jean-Baptiste-Siméon Chardin
Hoy escojo esta obra de Chardin que está ubicada en la sala bautizada “El Instante”. Coincidentemente está junto a otras obras de las que ya he escrito o de las que más me gustan -Toulose, Manet, Boldini-. Puede ser porque todas ellas –o la gran mayoría- reflejan “ese” momento, lo congelan y lo eternizan.
Me encanta el concepto “Eterno”… Es algo tan perpetuo, tan ajeno y distante a nosotros, es tan diferente a cualquier limitación a la que estamos expuestos… Pero sobre todo, lo eterno es lo único que desafía al tiempo, y éste último sí que tiene poder, de hecho, creo que es el soberano de todos y todo. Es por eso que las obras que están en esta sala mueven mis entrañas y construyen un nudo en mi garganta.
Ahora, particularmente este retrato del “Pequeño Augusto”, me llamó la atención desde la primera vez que lo vi. Siempre que me gusta algo –sobre todo en arte- me pregunto el porqué, y las razones casi siempre están bien alejadas a la racionalidad o a lo “adecuado o no”;pues hablar de gustos, solo puedo aludirlo a mi persona, mis experiencias, mis fantasías e ilusiones. Leí por ahí que el gusto se construye y es el resultado de una identificación que encuentra la persona en la “cosa gustada”. Me gusta este cuadro. ¿En qué me identifica? No sabría decirlo exactamente, pero reconozco aspectos que me interesan. Por ejemplo, una de las cosas que estoy viviendo y que me encanta –ya que es producto de un momento único- es estar frente a frente a una obra original, donde lo ilustrado es exactamente de esa época (1740), no una “imitación” al momento. La peluca que el niño lleva, esas típicas que usaban en las cortes, blancas con un lazo, y que tanto vemos en películas de época, esa peluca fue usada de verdad por él, y Chardin lo pintó en ese momento, cuando sí se usaban.
Entonces, lo que yo tengo al frente no es el recuerdo de lo que se usaba, sino que es el momento en que fue hecha la obra viajando por el tiempo y congelandose ante mis ojos. Lo que generalmente vemos en películas, donde por más efectos que hagan, por más “realista” que parezca –porque se mueven, porque están acompañados por música, por su perfecto vestuario- todo eso da lo mismo pues sabemos que están “fingiendo” ser ellos, están fantaseando en retroceder el tiempo. Sin embargo en este momento, a pesar de que la imagen no se mueve, de que sé que es una simple imagen, de que la pintura por más realista que sea nunca dejará de ser pintura, a pesar de todo eso, sé que ese momento es real.
El cajón casi abierto, el trompo girando sobre la mesa y el niño esperando a que caiga para volver a lanzarlo… Hacer consciente eso, significa –para mí- el primer paso para vivir la obra. Y claramente, la estoy viviendo. Estoy viviendo el pasado. ¿Qué lindo suena, verdad?
Chardin me trasportó al siglo XVIII de una forma maravillosa, y es precisamente ese viaje el que siento cuando mi pecho se aprieta y mi garganta se va atando, formando nudos.
Por otra parte, está la música de colores suaves, todos dentro de una misma melodía gris, matices que oscilan entre los azules y amarillos, y la piel casi blanca del niño, tan típica de los retratos rococó. Es una sinfonía –puedo sentir hasta los violines- un poco fúnebre, pero es música al fin y al cabo.
Chardin, poeta, pintor y músico!
Me encanta el concepto “Eterno”… Es algo tan perpetuo, tan ajeno y distante a nosotros, es tan diferente a cualquier limitación a la que estamos expuestos… Pero sobre todo, lo eterno es lo único que desafía al tiempo, y éste último sí que tiene poder, de hecho, creo que es el soberano de todos y todo. Es por eso que las obras que están en esta sala mueven mis entrañas y construyen un nudo en mi garganta.
Ahora, particularmente este retrato del “Pequeño Augusto”, me llamó la atención desde la primera vez que lo vi. Siempre que me gusta algo –sobre todo en arte- me pregunto el porqué, y las razones casi siempre están bien alejadas a la racionalidad o a lo “adecuado o no”;pues hablar de gustos, solo puedo aludirlo a mi persona, mis experiencias, mis fantasías e ilusiones. Leí por ahí que el gusto se construye y es el resultado de una identificación que encuentra la persona en la “cosa gustada”. Me gusta este cuadro. ¿En qué me identifica? No sabría decirlo exactamente, pero reconozco aspectos que me interesan. Por ejemplo, una de las cosas que estoy viviendo y que me encanta –ya que es producto de un momento único- es estar frente a frente a una obra original, donde lo ilustrado es exactamente de esa época (1740), no una “imitación” al momento. La peluca que el niño lleva, esas típicas que usaban en las cortes, blancas con un lazo, y que tanto vemos en películas de época, esa peluca fue usada de verdad por él, y Chardin lo pintó en ese momento, cuando sí se usaban.
Entonces, lo que yo tengo al frente no es el recuerdo de lo que se usaba, sino que es el momento en que fue hecha la obra viajando por el tiempo y congelandose ante mis ojos. Lo que generalmente vemos en películas, donde por más efectos que hagan, por más “realista” que parezca –porque se mueven, porque están acompañados por música, por su perfecto vestuario- todo eso da lo mismo pues sabemos que están “fingiendo” ser ellos, están fantaseando en retroceder el tiempo. Sin embargo en este momento, a pesar de que la imagen no se mueve, de que sé que es una simple imagen, de que la pintura por más realista que sea nunca dejará de ser pintura, a pesar de todo eso, sé que ese momento es real.
El cajón casi abierto, el trompo girando sobre la mesa y el niño esperando a que caiga para volver a lanzarlo… Hacer consciente eso, significa –para mí- el primer paso para vivir la obra. Y claramente, la estoy viviendo. Estoy viviendo el pasado. ¿Qué lindo suena, verdad?
Chardin me trasportó al siglo XVIII de una forma maravillosa, y es precisamente ese viaje el que siento cuando mi pecho se aprieta y mi garganta se va atando, formando nudos.
Por otra parte, está la música de colores suaves, todos dentro de una misma melodía gris, matices que oscilan entre los azules y amarillos, y la piel casi blanca del niño, tan típica de los retratos rococó. Es una sinfonía –puedo sentir hasta los violines- un poco fúnebre, pero es música al fin y al cabo.
Chardin, poeta, pintor y músico!
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