El niño cada vez que lo veía le llevaba un martillo, un clavo o un pedazo de madera; pero no había caso, él viejo no quería recordar. El pobre ya no sabía que hacer, estaba desesperado, se sentía responsable de que su querido carpintero estuviese ahi... No entendía nada.
Finalmente el hijo despertó, y entendió que el viejo ya se había ido.
Recogió lentamente el martillo, restos de madera, los clavos y el cincel, y los guardó en una caja para siempre, pretendiendo que nada ni nadie pudiesen cambiarlos de lugar.
Y así, con cien mil recuerdos se recostó, y por fin durmió.
No comments:
Post a Comment