Era tarde, y estaba cansada. Había pasado el día todo buscando un escondite y no cualquier escondite, uno donde nada ni nadie pudiese encontrar su pequeño tesoro. Sentada fuera de su casa, la niñita anidaba con mucho amor su secreto, con miedo hasta del Viento, pues en tiempo como estos, ya ni él creía en el tremendo poder que el pequeño objeto contenía. La Luna era la única, que con su baño plateado, cobijaba a la pequeña, protegiéndola de una Oscuridad que la hubiese destrozado... Al fin y al cabo era tan sólo una niña.
Barro, tierra y polvo cubría sus manos, rodillas y rostro. El Hermoso vestido azul con un lazo blanco en la cintura, estaba sucio, y su cabello marrón que había sido atado perfectamente al amanecer, caía alborotado sobre su pequeño rostro color nieve. Finalmente, un camino de lágrimas secas rasgaba sus mejillas, siendo únicos vestigios de su inocente dolor.
La pequeña no sabía por qué era tan importante ese diminuto objeto; simplemente sentía que si ella no lo guardaba en un lugar seguro, nadie más lo haría, y si eso pasaba, el mundo perdería para siempre algo -fuese lo que fuese- muy valioso. De lo que sí tenía certeza, era que esa esfera de vidrio, el contenido de ella, era algo que la niña llevaba consigo dentro de ella. En algún lugar de su ser -no sabía donde, ni cómo, ni porqué; recordemos que es sólo una niña- esa especie de energía que en la esfera habitaba, ella también lo poseía. A lo mejor por eso necesitaba protegerlo tanto.
Mucho tiempo atrás, en la era de los sin Miedos, todos creían en el poder del tesoro de la pequeña; sin embargo, algo pasó en el camino que todo dejaron de hacerlo. ¡Hasta el poderoso Sol y la majestuosa Montaña dejaron de hacerlo! Imaginaos que queda para el resto. La esfera se perdió, muchos preguntaron por ella para destruirla, la buscaron por todas partes, sobre todo la Razón, pero nunca lograron hallarla. Sin saber cómo, el pequeño objeto apareció en la vida de la niñita. Ella no recuerda el momento exacto, solo sabe que siempre estuvo junto a ella. En un principio la pequeña, muy emocionada, se la mostró a muchos, esperando que ellos la contemplasen de la misma forma que ella, logrando sentir la emoción que transmitía; pero a pesar de la pasión con la que ella la mostraba, nadie jamás compartió con ella ese entusiasmo. Por el contrario, muchos se rieron mientras otros la llamaron de ingenua . Esas cosas son de la era de los Sin Miedos, le decían. Sin embargo, ella sabía que no.
La pequeña siguió sentada al borde de la escalera de piedra, con las manos bien juntas guardando un tesoro, sólo con la Luna de abrigo. Fue así como el Señor Sueño viendo la escena, la abrazó, para que por lo menos una noche ella descansara tranquila, y así continuar su búsqueda al amanecer siguiente.