Lentamente movió sus alas, centímetros imperceptibles. Aún podía sentirlas.
Su espalda encorvada reposaba sobre un vientre que tocaba el suelo cálido. Aún se podía sentir lo poco que quedaba del calor del fuego en las cenizas y carbones.
Si quería podía levantar la cabeza, pero el cuello aún era muy pesado.
Poco a poco, giró la cabeza de un lado para otro, sin abrir los ojos.
No, aún no era el momento, aún no estaba listo.
Decidió esperar un poco más, pero por lo menos de algo estaba seguro:
Aún vivía.
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