Es ahora cuando el niño se sienta en su cuarto y lo único que es capás de hacer es observar idamente su alrededor. Las ventanas ya no son ventanas, sino un horizonte interminable que muestra un páramo de retos; el techo, que hace mucho tiempo dejó de serlo, muestra un cielo estrellado que ya se había apoderado de aquel panal de esperanzas.
Él sigue ahí... sólo es capás de mirar, pues cuando se proponga a reaccionar, lo primero que hará será empacar de a poco sus sueños y guardalos en un saquito de cuero, cosa que la vida sea incapás de romperlo y dejar escapar la magia que ahi guarda. Luego tomará una vieja alcancía que guarda debajo de la cama, la romperá y así recuperará toda la perseverancia que ha estado guardando hasta ese momento, ya que sabe que la necesitará más que nunca en este viaje. Finalmente se colgará en el cuello un diadema, regalo de su abuela, bisabuela y tatarabuela. El diadema será lo más importante, pues lo dotará de valor cuando sienta la montaña es más grande que él y le dará el apoyo que un niño, como él, necesita para seguir...
Mas, por en cuanto, seguirá mirando las paredes intangibles de su habiatación, pintadas con paisajes de cuentos y decorada con estrellas multicolores, pues aún no ha abrazado el viaje de su vida, el viaje que lo obligará a soltar.
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