Por fin siento que ese nudo -Poderoso, gran Señor de mi cielo y de mi tierra- se está diluyendo, se está apaciguando, se está... mueriendo.
Su señorío -al fin- está acabando. No sin angustia por su incierto paradero, mas con una tranquilidad y paz que mi recuerdo ya había olvidado.
Qué pena que su longo reinado haya culminado en esto, siendo que podría haber tenido una memorable despedida -pero su pueblo no lo permitió y el Rey insuficiente hizo para salvar brillante final-.
El Soberano partió sin rumbo... sin pueblo.
Ya no tiene el apoyo de los plebeyos -y mucho menos de los nobles-. Carece de motivos para reinar , no recuerda que su poder viene del pueblo, del amante. Su corona perdió el diamante que la hacía única y especial. Se manchó el oro y pasó a ser sólo plata.
El pueblo -como siempre ingenuo- lo recordará como un buen gobernante de su historia popular. Los niños -tal vez- lo reconocerán en el pasaje de alguna leyenda que sus abuelas les narrarán antes de dormir, pero no será más que eso... Simple leyenda.
Puede que vuelva a reinar este extrangero Soberano, pues el pueblo -en su mezcla de ingenuidad, alzaimer y mucha, pero mucha poca cordura- podría volver a venerarte; pero ¡Hey! Pocos cuentos hablan de eso.
El pueblo ya no lo siente -o cree no hacerlo-.
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