Toulouse-Lautrec – Monsieur Fourcode 1869
Querido Toulouse, me sorprendiste. ¡Qué destreza con los pasteles!- pensé, y cuando leo –ni siquiera fui capaz de saberlo por mi misma- es un óleo sobre tela. ¡Espectacular!
Trabaja la pintura, en casi toda la tela, a través de trazos, de líneas. Mientras Van Gogh usa pequeñas manchas, su contemporáneo deconstruía el esffumato superponiendo líneas de colores pintadas. Me encanta sentir el placer de este engaño, me encanta que el artista logre eso que ahora vemos tan difícil, tan inalcanzable y que intentamos -como artistas- de concebir… Un vil engaño a los ojos que vienen a desnudarnos, vienen a descubrir las entrañas de la mente creadora puesta en cuestión a través de la obra. Esos ojos inquisidores son burlados… Felicitaciones, querido.
Con una composición simple, pero inteligente, logra que nuestra vista tenga un recorrido tranquilo y placentero por la escena representada, sin que esta llegue a ser completamente pasiva. El artista detiene el tiempo en un instante, nos conduce por la obra haciendo hincapié en algunos elementos, con ritmo, como si fuera un vals, y el artista mi acompañante. ¡Todo lo que puede hacer una composición con el movimiento!
Los colores son exquisitos, opacos, tizosos. Me gusta reconocer los contrastes cromáticos, que no tienen por qué ser tan obvios, bruscos y fuertemente puestos equilibrarlos. Hay una sutileza, una delicadeza en la forma de escoger los tonos, matices y brillos cromáticos que hacen de este vals, uno suave y pomposo. Por otra parte, los vacíos que son dejados no tanto por el color, sino por la no terminación de la forma y la tela desnuda, terminan por determinar el timbre de esta música, que es la pintura.
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